Homenajes
Chorros y chorros de tinta han corrido para contar sus hazañas. Páginas y más páginas se esparcen por la red de redes intentando reflejar su grandeza. Horas y horas de programación radial y televisiva fueron y son llenadas por comentarios sobre él. Sin embargo, nada de eso será suficiente para comprender en su real dimensión la enorme trascendencia que este paraguayo ha tenido en la historia del fútbol mundial y particularmente en la de Vélez Sarsfield. Porque lo hecho por José Luis Félix Chilavert en la década del ’90 y más precisamente desde 1993 es algo que, simplemente, supera los límites que cualquier mente humana pueda imaginar.
Nadie, en efecto, podía soñar siquiera con tanta gloria personal y colectiva allá por febrero de 1992, cuando llegaba al Club con el pase en su poder tras desvincularse del Zaragoza de España. Aunque tal vez sí él, que con un contundente “vengo a salir campeón” dejaba en claro ya en aquel momento esa ambición, ese convencimiento y esa personalidad que tan importantes serían para cortar la larga racha de frustraciones que venía sufriendo la hinchada velezana.
Aquello pudo sonar entonces para muchos como una mera declaración demagógica o de compromiso, de las tantas a las que los hinchas del Fortín estaban acostumbrados. Pero, en su caso, esas palabras no eran ni eso ni una simple expresión de deseos. Representaban una verdadera promesa, que Chilavert se dispuso a cumplir desde ese primer día como si en ello le fuera en juego su honor. Primero, con una increíble contracción al trabajo, que le permitió rápidamente constituirse en ejemplo para los más jóvenes en un plantel que carecía de ese tipo de líderes. Y luego, volcando toda su capacidad en las canchas, para afirmarse enseguida como titular indiscutido de la valla velezana.
Desde allí, desde ese lugar reservado según muchos para el más tonto o el menos capaz con la pelota en los pies, “Chila” comenzó a construir a partir de entonces con paciencia de orfebre la revolución que Vélez necesitaba para dejar atrás tantos años de amargura. En el camino encontró aliados y enemigos, estímulos y dificultades, aplausos y críticas. Pero él nunca se desalentó. Por el contrario, supo siempre sobreponerse a los obstáculos, dar a los mediocres la importancia del caso e ir sumando a sus huestes a jóvenes con hambre de gloria como Omar Asad, Christian Bassedas o Marcelo Gómez, que se fueron forjando a su imagen y semejanza como nuevos referentes de un plantel cada vez más valioso.
Llegaron los títulos, y con ellos el reconocimiento de todos y la idolatría del público velezano. También, las polémicas, las declaraciones altisonantes y los dardos de la prensa hacia su figura, a la que tantos ataques solamente lograron hacer más fuerte. Sin embargo, él continuó siendo el primero en llegar a los entrenamientos y el último en abandonarlos, aleccionando a los juveniles y teniendo otras actitudes que, además de demostrar toda su grandeza, lo convirtieron aún más en ese guía espiritual tan necesario dentro y fuera de una cancha para alcanzar objetivos importantes.
Claro que la influencia de Chilavert en los logros en cuestión no sólo tuvo que ver con su condición de caudillo del equipo, sino también con su enorme capacidad como arquero y con esa personalidad para agrandarse en las situaciones difíciles que mostró cada vez que fue necesario, y fundamentalmente a la hora de atajar o convertir varios penales decisivos. Como ese con el que, en La Plata, marcó el 1-0 parcial frente a Estudiantes en la anteúltima jornada del Clausura ’93 para que el público fortinero pasara la noche de ese día sin dormir, festejando un título que se le negaba desde hacía 25 años. O los cuatro que atajó en definiciones desde los 12 pasos durante la disputa de la Copa Libertadores del ’94. O el que, por la fecha final del Clausura ’96, le contuvo en forma brillante nada menos que a Jorge Burruchaga, en aquel 0-0 frente a Independiente que permitió a Vélez ganar por primera vez un campeonato de la AFA jugando en su propia cancha.
Faltaba más, sin embargo, para que su nombre quedara grabado con letras de oro en la historia del fútbol mundial. Y a ello se abocó Chila con sus habituales armas: paciencia, perseverancia, espíritu de superación, profesionalismo y, sobre todo, temperamento. Esas mismas virtudes que le habían permitido debutar con sólo 15 años en la primera de Sportivo Luqueño, y con las que, trabajando extra luego de los entrenamientos, había logrado su perfeccionar su pegada hasta el límite de lo imaginable.
En base a esa capacidad para poner la pelota donde quisiese, logró producir otra verdadera revolución, instando a los arqueros del mundo a salir de sus vallas e intentar la hazaña de un gol de tiro libre como el que, el 2 de octubre de 1994, le permitió convertirse en el primer guardavallas en marcar por un torneo de la AFA un tanto no originado en un penal. O el que en 1996 le hizo al riverplatense Burgos desde una distancia de casi 60 metros, que recorrió el orbe como parte de la publicidad del Mundial de Francia ‘98. O los tres que en 1999 le convirtió al pobre Cancelarich, de Ferrocarril Oeste, que representan el récord mundial de goles convertidos en un mismo encuentro por un arquero.
Aún hizo falta, pese a todo, que se destacara como lo hizo en Francia ’98 para que “Chila” lograra el sitial que ya merecía entre los más grandes arqueros de la historia. Sus grandes actuaciones en ese campeonato elevaron su imagen a niveles extraordinarios de promoción y aceptación popular, pero ni eso pudo hacerlo cambiar. Al revés: cada vez fue más el consejero de sus compañeros más jóvenes, el profesional abnegado y luchador, el arquero sobrio y seguro y el goleador de tantas tardes de gloria. Todo eso, en definitiva, representó y representa Chilavert para Vélez Sarsfield. Un verdadero caudillo. Un ídolo como pocos. Un símbolo de una era, la más brillante de la historia futbolística del Club. La era de José Luis Chilavert